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Con extrema gentileza, por momentos casi con dulzura, y siempre con dejos tanto de nostalgia como de una vaga melancolía, Claudel conversa con uno, con su lector, acerca de la amistad, de la enfermedad, de la muerte. Y como de pasada, al abordar esos temas principales, toca otros como el arte –cine, literatura, música-, la cultura –países, ciencias, platos y bebidas. A veces cuenta, a veces reflexiona, con lo que resulta ser tanto narrador –aunque menos de ficción que de recuerdos- como ensayista. Cita a Montaigne, a Pascal, a Borges, a Bioy Casares, a Leni Riefenstahl, a Herzog, a los Rolling Stones, puesto que siendo cineasta y literato está empapado de experiencias estéticas, de contemplación de la belleza y de meditaciones sobre este confuso mundo y el otro. Nada más lejos de él que la erudición docta: cuando cita lo hace del mismo modo que cuando menciona a sus amigos, sus conocidos o sus novias, porque viene al caso, así que esos autores y artistas citados son también como otros tantos conocidos o amigos. El inexorable avance de la edad, la indudable aproximación de la muerte, la naturaleza de los males que van corroyendo el cuerpo, constituyen la sustancia de este hermoso libro. |